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J. C. Pereira

Professora Jana Kerns

FLSP 7970 Special Top in Ling Lit & Cul: Seminar Literary Translation & Adaptation

16 de febrero de 2020

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Écfrasis basada en Auto de fe en la Plaza Mayor

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A Tetzel le hubiera encantado ese domingo. Menudo bullicio. Vaya hormiguero. Más divertido que ir a misa, ¿no? Supongo. Pero mi gozo secreto, yo no lo confesaría ni al mismísimo papa. No elegí estar ahí, así que tampoco me siento culpable de nada. Lo iba a pasar en grande. Tal vez el destino hasta me deparara alguna dama solitaria, poco pía y carente de amores, cuyas virtudes quisiera compartir conmigo en la complicidad penumbrosa de algún aposento no vigilado. Digo yo. Al menos puedo disfrutar el imaginarlo. Al menos eso.

La tediosa rutina nos tenía locos. Parecíamos la colonia que no éramos, porque de imperio jamás pasaríamos a menos; que una metrópoli pujante no puede sin razón doblegarse ni retraerse. Éramos la hostia, literalmente. Y se la metíamos por la garganta a todo el mundo bajo el cielo de Dios, incluso a los de ultramar, de los que se decía que adoraban a demonios bajitos, gorditos, primitivos y feos. ¡Qué asquerosos! Allí, seguro, no había plazas tan amplias, rectangulares y bien hechas como la nuestra, ni edificios tan sólidos, altos, simétricos y parejos. Lo dudo.

Ahí nos reunieron el día de la resurrección de Nuestro Señor, como abejas, perfectamente organizados, sin cruzar fronteras prohibidas, no fuera a ser que la suerte de aquellos condenados llegara a ser también la nuestra, por cualquier desliz de esos que dicen herejía, y posiblemente lo sea. ¿Por qué, como borregos, nos tenían allí? ¡Qué más da! No merece la pena hacer preguntas si las respuestas no existen o de nada sirve conocerlas. El silencio es buen consejero.

Ese día vino todo el mundo. Nadie se atrevería a perdérselo. Estaban los caballeros reales, de negro, galantes y flamantes en sus caballos blancos. La nobleza, con sus finas ropas. El verdugo, mal vestido y malhumorado. Con sus asientos reservados, en primera fila, la curia. Curas con sonrisas complacientes y cabezas altivas abundaban. Y había más. Obispos, como que caminando sobre las nubes, en un plano superior al de los mortales. Por cierto, el espectáculo demostraría qué tan mortal es el que dude o desafíe lo dicho por los que nos venden el cielo, aunque sin pestañear nos mandan al infierno, en una mañana plácida y soleada en la que, mientras matan, celebran la resurrección del cuerpo de Cristo.

Grande y menuda plaza. ¡Qué ferviente procesión! Ojalá nos perdonen Gomorra, Nínive y Corazín. Qué no nos toque nunca un juicio final como ese, en una mañana inocente del Die Domini. Lo pasaríamos fatal, seguro. Hoy, sin embargo, solo disfrutaré. El mañana se lo entrego a Dios. ¿A quién más? El del estrado supongo que hará lo mismo. Más le vale.


Francisco Rizi, Auto de fe en la Plaza Mayor de Madrid, 1683, óleo sobre lienzo (277 x 438 cm), Madrid, Museo del Prado. https://www.museodelprado.es/coleccion/obra-de-arte/auto-de-fe-en-la-plaza-mayor-de-madrid/8d92af03-3183-473a-9997-d9cbf2557462

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